lunes, 20 de abril de 2009

El asiento caliente

Javier subió al tren y se sentó en el asiento libre más cercano a la puerta. Llevaba unas flores en la mano y una botella de vino en una bolsa. Se había arreglado a conciencia, ni demasiado casual ni demasiado formal, “se natural”, le había dicho Luisa, su novia, cuando le invitó a cenar con su familia. Pensaba si se habría perfumado demasiado, si al padre le gustaría el vino, si había escogido las flores adecuadas, si debía pedirle a Luisa que se casara con él o si lo mejor sería salir huyendo de allí. Los nervios le atenazaban el estómago, tenía la boca seca y las manos frías. Llegaron a la siguiente parada y subió un anciano, Javier se apresuró a cederle el sitio. Le cogió del brazo y le ayudó a sentarse. “Grasias zagal”, le dijo Matías que cada día se sentía más joven pese a que su cuerpo se empeñara en recordarle sus recién estrenados 90 años. Hoy era un día especial, su nieta iba a presentarle a su novio, esperaba que se casaran pronto para poder verlo. Era su nieta favorita, la niña de sus ojos, desde bien pequeña le había robado el corazón con esos ojos color miel y esa sonrisa picarona. Dudaba mucho que el chico le gustara pero si quería tener un bisnieto no podía ponerse exquisito. Luisa nunca había llevado a ninguno de sus novios a casa aunque suponía que había tenido más de uno a sus 35 años. Este debía ser especial, o acaso ella también pensara que con su edad, si quería tener un hijo, no podía ponerse exquisita. El asiento de delante del que ocupaba Matías quedó libre así que se cambió de sitio para ir en el sentido de la marcha, no quería marearse y montar un espectáculo cómo ya le había pasado alguna vez. Julián se apresuró a sentarse en el sitio que Matías había dejado libre. Estaba cansado, llevaba 2 noches sin dormir, desde que Luisa le había dicho que le iba a pedir a su novio que se casara con ella. Habían estado juntos 5 años y nunca le había querido presentar a su familia y ahora un mequetrefe cualquiera iba a llevarla al altar. Él no quería casarse y mucho menos tener hijos, ese fue el motivo de sus incontables rupturas. Sólo hacía 6 meses que Luisa estaba con el mequetrefe y durante ese tiempo se habían seguido viendo e incluso habían pasado varias noches juntos, ella misma le había reconocido, después de varias copitas de vino, que el mequetrefe era efectivamente un tonto útil. Tenía que impedir esa boda, nadie le iba a quitar a su chica, y como la mejor defensa es un buen ataque decidió pedirle que se casara con él. Había comprado un anillo con un gran pedrusco, cómo a ella le gustaban, e incluso le había escrito un poema. Todo tenía que salir perfecto. Una vez que se casaran ya vería como se las arreglaba quitarle de la cabeza eso de tener hijos. Repasaba mentalmente el plan de acción cuando Mariela le cayó encima, tenía el brazo escayolado y no podía agarrarse bien. “perdonaaame che”, se disculpó con el apuesto ejecutivo que amablemente le cedió el sitio, lo cual contradijo su idea de que de que todos los tíos eran unos capullos. Estaba nerviosa, Luisa, una amiga que conocía desde hacía apenas 3 meses pero con la que había hecho muy buenas migas y de la que estaba enamorada, le había pedido que la acompañara en el trámite de presentar a su novio en sociedad, pedirle que se case con ella y convencerle de hacerlo antes de que naciera el bebe que esperaba. Luisa no tenía muy claro de quien era el bebe ya que, además de con su actual pareja, seguía viéndose con su exnovio, un atractivo ejecutivo que siempre había antepuesto su carrera a su relación y el cual no tenía ningún interés en pañales y biberones. Su novio, en cambio, era un hombre tranquilo, hogareño, cariñoso al que le encantaban los niños y cuya único objetivo en la vida era tener un trabajo que le permitiera plegar a las 3 y formar una familia. Luisa no quería ser madre soltera bajo ningún concepto así que había decidido quedarse con este último que le daba más garantías. Luisa le había prometido que su relación no cambiaría y que seguirían acostándose de vez en cuando una vez que el bebe naciera. Mariela esperaba que en algún momento saliera definitivamente del armario y se dejara de una buena vez de hombres pelotudos.
Llegó la parada, se encontraron en la puerta el apuesto ejecutivo, la mujer del brazo escayolado, el anciano y el hombre de las flores en la mano.
Luisa esperaba en el andén. Estaba nerviosa, no sabía si estaba metiendo la pata hasta el fondo, Javier parecía un tío formal, pero tener que aguantarlo toda la vida sólo para poder tener una familia perfecta le parecía un precio demasiado alto, pero ser madre soltera, eso no, su madre lo había sido y habían pasado muchas calamidades, si no hubiera sido por el abuelo. Aish! el abuelo, el abuelo era de otra época, no podía darle un disgusto. Tan ensimismada estaba en su razonamiento que no se dio cuenta que Javier, Julián, Mariela y el abuelo la estaban rodeando. Luisa, despertó, los saludó a todos efusivamente, excepto a Julián ya que suponía que su presencia allí sólo podía traerle problemas, después hizo las presentaciones pertinentes. Julián lanzó una mirada asesina a Javier que sólo tenía ojos para Luisa mientras Mariela la cogía de la mano intentando marcar el territorio y Matías recordaba sus tiempos de fortaleza física en los que les habría dado una buena paliza a esos dos tipejos sin despeinarse.
- He venido a evitar que cometas el error más grave de tu vida y te cases con este mequetrefe – grito Julián
- Estoy embarazada –el abuelo soltó el bastón y se puso a bailar y cantar como si estuviera poseído, Mariela tuvo que agarrarlo cuando sus piernas no pudieron seguir el ritmo y ambos cayeron de bruces al suelo.
- ¿Qué estás emba…emba…embarazada? Que seáis muy felices –Julián se dio la vuelta y corriendo como si le persiguiera el diablo subió al tren parado en el andén contiguo. A Javier se le borró la sonrisa de la cara.
- ¿Qué pasa Javier? ¿Por qué me miras así? Tú querías tener hijos.
- Yo siempre hablé de formar una familia no de tener hijos propios. ¡¡Soy estéril! –Javier se dio la vuelta y corrió también hacia el tren.
Luisa se quedó perpleja cómo podía tener tan mala suerte, no podía ni elegir bien un tonto al que manipular toda la vida, que le sirviera para escenificar a la familia perfecta y que no fuera demasiado espabilado para poder continuar con sus amantes. No quería pasar sola por esta experiencia.
El abuelo por su parte estaba encantado, tendría bisnieto y ningún hombre le robaría a su niña, ¡él seguiría siendo el hombre de su vida!
Mariela, vio su oportunidad, aquello había salido a pedir de boca, no lo pensó dos veces, se arrodilló ante Luisa y se lo pidió.
- ¿Quieres casarte conmigo?
- Sí, quiero.
Sonia Sánchez Ortiz

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