jueves, 24 de septiembre de 2009

Feminismo

Caía la tarde, el sol se perdía en el horizonte, apenas podía distinguirse dónde acababa el cielo dónde empezaba el mar. El viento alborotaba su melena rubia y le ceñía el vestido de lino blanco al cuerpo. Las olas acariciaban sus pies descalzos. Respiraba hondo intentando absorber el aroma a mar. Se tumbó en la arena, extendió los brazos y las piernas y cerró los ojos. Se sentía pletórica por todo lo acontecido durante el día. Sonrió, sin lugar a dudas aquel había sido el segundo mejor día de su vida.
Lilith había conocido casualmente aquella organización hacía apenas una semana, cuando, borracha pero aun con sed, había entrado en aquel pub subterráneo iluminado con velas al más puro estilo aquelarre en el que una treintena de enardecidas féminas se concentraban alrededor de un pequeño escenario en el que una mujer, que pintaba canas, gesticulaba, se movía y hablaba enérgicamente. Fuera por el alcohol o por no desentonar, decidió unirse al grupo y corear lo que parecía ser el lema “mujeres unidas,¡¡ los hombres a las minas!! ”. Poco a poco el discurso de aquella mujer empezó a hipnotizarla como la flauta a las cobras, empezó a corear el lema de motu propio convirtiéndose en una de las principales agitadoras de la plebe. Salió de allí borracha no sólo de alcohol sino también de ideales feministas que la hacían sentirse increíblemente poderosa y al mismo tiempo rabiosa con los malditos hombres que amenazados por la superioridad de las mujeres las habían sometido durante siglos utilizando la fuerza bruta y creando un sistema patriarcal que las obligaba a ser siempre posesión de un hombre, primero del padre y después del marido, que se encargaban de recordarles lo inútiles que eran y lo mucho que dependían de ellos.
Malditos cabrones, había que tomar medidas, era hora de actuar, las palabras en pubs subterráneos y otros garitos de mala muerto difícilmente iban a conseguir liberar a la mujer de su yugo y ponerla en el lugar que le correspondía. Sumergida estaba en esas y otras cavilaciones mientras secaba los vasos calentitos recién salidos del lavavajillas del bar en el que trabajaba de 10 a 10 de lunes a domingo, cuando entró al bar un hombre gordo y sudoroso que se sentó en la mesa más cercana a la puerta y desde allí le gritó “eh, guapa, tráeme una cerveza fresquita”. “Gilipollas”, pensó, y de mala gana le llevó una cerveza pero de las que estaban fuera de la nevera que le pareció una buena manera de revelarse. “Gracias chochito, con ese par de tetas no me extraña que se haya calentado la cerveza”. No pudo evitar sentirse orgullosa de sus tetas de 5000€. Cuando se giró notó como los ojos del asqueroso magreaban su culo, casi pudo notar la presión. Seguro que el asqueroso tenía mujer e hijas a las que tenía en casa lavándole los calzoncillos. Había que exterminar a ese género de puercos, zoquetes que relegan y humillan sistemáticamente a la mujer. Imagino cómo se atragantaba con uno de los cacahuetes rancios que servían con la cerveza, cómo tropezaba y se clavaba el vaso de la cerveza en la yugular, cómo discutía con otro cliente que sacaba una navaja y se la clavaba en el corazón. De pronto se dio cuenta, esa sería su contribución, había que exterminarlos, esa sería su misión, todos los ejércitos tenían un cerebro y un brazo ejecutor, ella sería eso, el brazo ejecutor.
Cuando el asqueroso salió del bar, ella se puso un delantal y fingió salir a fumar un cigarrillo. Tenía el camión aparcado en un descampado a escasos 100metros. Se acercó hasta él y por la espalda le asestó 5 puñaladas con el cuchillo jamonero que había cogido de la cocina. Cada puñalada la llevó al éxtasis, cada puñalada era un orgasmo, cada puñalada la acercaba más a su objetivo, la aniquilación de los cerdos represores. Contempló la cara de sorpresa del asqueroso cuando se giró tras la segunda puñalada y la vio empuñando el cuchillo que entraba y salía de su cuerpo con tal facilidad que parecía que estuviera hecho de mantequilla.
Cuando el asqueroso, por fin, cayó al suelo, pudo contemplar su obra, sonrió, se sentía orgullosa, pensó que necesitaba una marca, un símbolo para reivindicar la acción, quería lanzar un mensaje a la sociedad para que recapacitaran. A su alrededor había unos arbustos de los cuales surgían unas preciosas flores violetas, ese le pareció un buen símbolo. Arrancó una y se la introdujo en una de las heridas. Debía averiguar qué tipo de flor era aquella ya que debía dejar la misma marca en todos los cerdos que fuera capaz de eliminar, que sin duda serían muchos. Volvió a entrar al bar, se dirigió a la cocina limpió el cuchillo y dejó el delantal en la cesta de la ropa sucia del bar, al dueño le gustaba comprar pollos y conejos vivos y matarlos él mismo, no sospecharía de ver un delantal manchado de sangre ya que cada día se cargaba a algún pobre bicho.
La sonrisa no la abandonó en ningún momento. El resto de la jornada lo dedicó a pensar en sus siguientes víctimas, directores de empresa, esposos infieles, proxenetas, violadores… había mucho trabajo por hacer.
Realmente aquel día había sido genial por fin sentía que hacía algo para mejorar el mundo, un mundo en el que ahora, por fin, encajaba. Sin lugar a dudas aquel había sido el segundo mejor día de su vida, el primero…aquel en que un cirujano tailandés la convirtió en mujer.

lunes, 18 de mayo de 2009

Las lágrimas del asesino


Acabo de matar a mi bebe.
No sufrió. Machaqué unos cuantos somníferos de los que solía tomar antes de que él naciera y los metí en su biberón. Me dirigí a su habitación. Estaba dormido boca arriba, tapadito con la sabanita azul de coches que tanto le gustaba, el móvil seguía en marcha reflejando en el techo un montón de estrellitas blancas que bailaban al son de “Twinkle Twinkle Little Star”, su nana favorita. Se despertó y me dedicó una sonrisa tan cálida que me heló el alma. Lo cogí en brazos y lo abracé contra mi pecho intentando grabar su olor y su calor en mi memoria. Me senté en la butaca y le di el biberón. Jugaba con mi pelo y su manita empezó a volverse torpe, los ojos se le cerraban y finalmente su cabeza cayó suave hacia un lado. Lloré y lloré, mis lágrimas empaparon su carita de ángel. Lo volví a dejar en su cunita como si durmiera.
Arrastré mis pies hasta el comedor, allí en el suelo tirada seguía aquella maldita carta que había aparecido de repente en mi mesita de noche. La carta venía acompañada de mi flor favorita, el pensamiento, y de un recorte de periódico que titulaba en grandes letras “Detenido el asesino de las lágrimas” y debajo la foto de un hombre de aspecto casi angelical, delgado, rubio, ojos claros y piel blanca como la nieve. Era clavado a mí.
No pude evitarlo, cogí de nuevo la carta y la releí.
“Mamá, por favor, mátame.
No sé en qué momento recibirás esta carta, ni siquiera sé si la recibirás, mi compañero de celda, un físico loco con poca ética, está realizando experimentos con partículas capaces de viajar en el tiempo, pero hasta ahora lo único que ha conseguido es matar a varios voluntarios que se han prestado a probar su invento.
Espero que esta carta llegue a ti antes de mi nacimiento o mejor antes de mi concepción así te evitaría tener que pasar por aquella espantosa violación. Sé que sólo yo sé cómo fui concebido, siempre lo mantuviste en secreto. Me lo contaste hace apenas 3 días, cuando viniste a visitarme a la cárcel, pretendías que no me culpara por esas muertes, al fin y al cabo aquello debía ser alguna enfermedad genética, la huella que el desgraciado de mi padre dejó en mí. Pero fue en ese momento cuando comprendí que para mí no había curación, que no era dueño de mis pensamientos ni de mis acciones.
Soy un monstruo. He violado, torturado y matado a más de 20 mujeres. No puedo controlarlo, pierdo la noción del tiempo y del espacio, sólo quiero poseerlas, someterlas. He llorado sobre los maltrechos cuerpos sin vida de cada una de mis víctimas, recuerdo sus caras, su olor, su voz, sus gritos, esos gritos que no puedo sacar de mi cabeza. Les dibujé una lágrima en la mejilla para expresar mi dolor por esas muertes y pedirles disculpas, de ahí que la prensa me apodara el asesino de las lágrimas.
Ayúdame mamá, por favor, ayúdame a devolverles la vida.
Has hecho todo cuanto ha estado en tu mano para evitar que me convirtiera en el monstruo que soy ahora, te has volcado conmigo, supongo que tenías miedo de que pudiera parecerme a mi padre, me has protegido de todo cuando pudiera herirme, me has acompañado en cada una de las etapas de mi vida, me has dado la mejor educación que estaba en tu mano, me has amado a pesar de todo, a pesar de mis actos y de los actos de mi padre.
Mamá, hay vidas que no merecen la pena ser vividas.
Te quiero, como nunca he podido amar a nadie.
Tu hijo, Marcos”
La lectura de aquella carta me hizo recordar momentos de soledad y miedo. Mis padres murieron cuando yo tenía 12 años desde entonces nadie me ha querido. Y aquella violación en aquella oscura calle, aquel hombre que apestaba a sudor, tabaco y alcohol, todavía puedo sentir el peso de su cuerpo sobre mi y el miedo, no a morir que habría sido una bendición, si no a sufrir a sentir más dolor en mi alma. No se lo conté a nadie, a nadie le habría importado. Sentía vergüenza por no haber luchado más, por no haber tomado otro camino, por haberme puesto falta. Poco después descubrí que estaba embarazada y sentí que ya no estaría sola nunca más, que aquel ser que llevaba dentro de mi venía a amarme y acompañarme.
Posiblemente haya salvado muchas vidas, pero no la mía, para mí ya es tarde, la sangre brota de mis muñecas, cojo la carta, la flor y el periódico y vuelvo a la habitación para morir junto a mi bebé. Le cojo la mano y le acaricio la cara, tienes razón hijo hay vidas que no merecen la pena ser vividas. Empiezo a sentir como la muerte me coge en sus brazos y me mece, ya estoy a salvo, se acabó esta miserable vida, llena de tristeza y sin sentido.
Como en las películas de ciencia-ficción, el recorte de periódico empieza a cambiar, el titular es otro, algo referente a la economía, por lo menos todo esto ha tenido un sentido. Me dejo ir. Creo que estoy flotando. Algo me sobresalta, oigo de lejos el llanto de un bebé, me giro, es mi bebé, me aprieta la mano. Algo me llama la atención en el periódico, en un lado, veo otra vez esa cara de ángel, pero ahora está exquisitamente vestido y sonríe, debajo el titular “Entrevista con el autor del best-seller mundial ‘Las lágrimas del asesino’”. Sonrío, mi muerte ha tenido sentido.

lunes, 20 de abril de 2009

Virus

Nada más encender el ordenador, beep, beep, ya estamos qué demonios le pasará ahora. Oh, oh, es un virus “Hola soy el virus generoso” ¿generoso? Desenchufo el ordenador, espero un ratito, vuelvo a enchufar y ahí sigue. “Como te decía soy el virus generoso, pulsa siguiente para saber más” en fin, de perdidos al rio, sigo sus instrucciones “Cómo soy un virus generoso vamos a repartir el botín, te podrás quedar con la mitad de la información de tu equipo la otra mitad me la quedaré yo y la usaré a mi discreción. Si tienes unos minutos procederemos al reparto. Tú tranquilo te dejaré escoger” vaya si que es generoso, sólo me va a joder la mitad de mi información y además yo la elijo. “¿Qué prefieres A) Los documentos del proyecto en el que llevas 3 meses trabajando y que te proporcionará un ascenso fulgurante o B)los emails de tu amante?” joder, joder, la A. ”¿Qué prefieres A) las credenciales para entrar a tus cuentas bancarias o B) los emails en los que insultas a tu jefe?” ,¡madre mía!, la A. “Hemos concluido el proceso, paso a informarte de los resultados de tus decisiones: Los emails de y a tu amante serán reenviados a tu esposa. Los emails insultando a tu jefe serán reenviados, ¿lo adivinas?, efectivamente, a tu jefe, seguramente te despedirá por lo que el fantástico proyecto puedes borrarlo tú mismo. Has salvado tu dinero así que tu mujer podrá darse el gusto de desplumarte. Gracias por tu colaboración”
Sonia Sánchez Ortiz

El asiento caliente

Javier subió al tren y se sentó en el asiento libre más cercano a la puerta. Llevaba unas flores en la mano y una botella de vino en una bolsa. Se había arreglado a conciencia, ni demasiado casual ni demasiado formal, “se natural”, le había dicho Luisa, su novia, cuando le invitó a cenar con su familia. Pensaba si se habría perfumado demasiado, si al padre le gustaría el vino, si había escogido las flores adecuadas, si debía pedirle a Luisa que se casara con él o si lo mejor sería salir huyendo de allí. Los nervios le atenazaban el estómago, tenía la boca seca y las manos frías. Llegaron a la siguiente parada y subió un anciano, Javier se apresuró a cederle el sitio. Le cogió del brazo y le ayudó a sentarse. “Grasias zagal”, le dijo Matías que cada día se sentía más joven pese a que su cuerpo se empeñara en recordarle sus recién estrenados 90 años. Hoy era un día especial, su nieta iba a presentarle a su novio, esperaba que se casaran pronto para poder verlo. Era su nieta favorita, la niña de sus ojos, desde bien pequeña le había robado el corazón con esos ojos color miel y esa sonrisa picarona. Dudaba mucho que el chico le gustara pero si quería tener un bisnieto no podía ponerse exquisito. Luisa nunca había llevado a ninguno de sus novios a casa aunque suponía que había tenido más de uno a sus 35 años. Este debía ser especial, o acaso ella también pensara que con su edad, si quería tener un hijo, no podía ponerse exquisita. El asiento de delante del que ocupaba Matías quedó libre así que se cambió de sitio para ir en el sentido de la marcha, no quería marearse y montar un espectáculo cómo ya le había pasado alguna vez. Julián se apresuró a sentarse en el sitio que Matías había dejado libre. Estaba cansado, llevaba 2 noches sin dormir, desde que Luisa le había dicho que le iba a pedir a su novio que se casara con ella. Habían estado juntos 5 años y nunca le había querido presentar a su familia y ahora un mequetrefe cualquiera iba a llevarla al altar. Él no quería casarse y mucho menos tener hijos, ese fue el motivo de sus incontables rupturas. Sólo hacía 6 meses que Luisa estaba con el mequetrefe y durante ese tiempo se habían seguido viendo e incluso habían pasado varias noches juntos, ella misma le había reconocido, después de varias copitas de vino, que el mequetrefe era efectivamente un tonto útil. Tenía que impedir esa boda, nadie le iba a quitar a su chica, y como la mejor defensa es un buen ataque decidió pedirle que se casara con él. Había comprado un anillo con un gran pedrusco, cómo a ella le gustaban, e incluso le había escrito un poema. Todo tenía que salir perfecto. Una vez que se casaran ya vería como se las arreglaba quitarle de la cabeza eso de tener hijos. Repasaba mentalmente el plan de acción cuando Mariela le cayó encima, tenía el brazo escayolado y no podía agarrarse bien. “perdonaaame che”, se disculpó con el apuesto ejecutivo que amablemente le cedió el sitio, lo cual contradijo su idea de que de que todos los tíos eran unos capullos. Estaba nerviosa, Luisa, una amiga que conocía desde hacía apenas 3 meses pero con la que había hecho muy buenas migas y de la que estaba enamorada, le había pedido que la acompañara en el trámite de presentar a su novio en sociedad, pedirle que se case con ella y convencerle de hacerlo antes de que naciera el bebe que esperaba. Luisa no tenía muy claro de quien era el bebe ya que, además de con su actual pareja, seguía viéndose con su exnovio, un atractivo ejecutivo que siempre había antepuesto su carrera a su relación y el cual no tenía ningún interés en pañales y biberones. Su novio, en cambio, era un hombre tranquilo, hogareño, cariñoso al que le encantaban los niños y cuya único objetivo en la vida era tener un trabajo que le permitiera plegar a las 3 y formar una familia. Luisa no quería ser madre soltera bajo ningún concepto así que había decidido quedarse con este último que le daba más garantías. Luisa le había prometido que su relación no cambiaría y que seguirían acostándose de vez en cuando una vez que el bebe naciera. Mariela esperaba que en algún momento saliera definitivamente del armario y se dejara de una buena vez de hombres pelotudos.
Llegó la parada, se encontraron en la puerta el apuesto ejecutivo, la mujer del brazo escayolado, el anciano y el hombre de las flores en la mano.
Luisa esperaba en el andén. Estaba nerviosa, no sabía si estaba metiendo la pata hasta el fondo, Javier parecía un tío formal, pero tener que aguantarlo toda la vida sólo para poder tener una familia perfecta le parecía un precio demasiado alto, pero ser madre soltera, eso no, su madre lo había sido y habían pasado muchas calamidades, si no hubiera sido por el abuelo. Aish! el abuelo, el abuelo era de otra época, no podía darle un disgusto. Tan ensimismada estaba en su razonamiento que no se dio cuenta que Javier, Julián, Mariela y el abuelo la estaban rodeando. Luisa, despertó, los saludó a todos efusivamente, excepto a Julián ya que suponía que su presencia allí sólo podía traerle problemas, después hizo las presentaciones pertinentes. Julián lanzó una mirada asesina a Javier que sólo tenía ojos para Luisa mientras Mariela la cogía de la mano intentando marcar el territorio y Matías recordaba sus tiempos de fortaleza física en los que les habría dado una buena paliza a esos dos tipejos sin despeinarse.
- He venido a evitar que cometas el error más grave de tu vida y te cases con este mequetrefe – grito Julián
- Estoy embarazada –el abuelo soltó el bastón y se puso a bailar y cantar como si estuviera poseído, Mariela tuvo que agarrarlo cuando sus piernas no pudieron seguir el ritmo y ambos cayeron de bruces al suelo.
- ¿Qué estás emba…emba…embarazada? Que seáis muy felices –Julián se dio la vuelta y corriendo como si le persiguiera el diablo subió al tren parado en el andén contiguo. A Javier se le borró la sonrisa de la cara.
- ¿Qué pasa Javier? ¿Por qué me miras así? Tú querías tener hijos.
- Yo siempre hablé de formar una familia no de tener hijos propios. ¡¡Soy estéril! –Javier se dio la vuelta y corrió también hacia el tren.
Luisa se quedó perpleja cómo podía tener tan mala suerte, no podía ni elegir bien un tonto al que manipular toda la vida, que le sirviera para escenificar a la familia perfecta y que no fuera demasiado espabilado para poder continuar con sus amantes. No quería pasar sola por esta experiencia.
El abuelo por su parte estaba encantado, tendría bisnieto y ningún hombre le robaría a su niña, ¡él seguiría siendo el hombre de su vida!
Mariela, vio su oportunidad, aquello había salido a pedir de boca, no lo pensó dos veces, se arrodilló ante Luisa y se lo pidió.
- ¿Quieres casarte conmigo?
- Sí, quiero.
Sonia Sánchez Ortiz

jueves, 16 de abril de 2009

En el tren

Cómo cada día cogí el tren para volver a casa después de un largo día de trabajo, pero aquel trayecto iba a ser diferente, aquel día, en aquel tren me encontré a mí misma.
Subí al vagón ayudada por los empujones de la gente que, deseosa de llegar a casa con los suyos y volver a sentirse alguien, pierden el respeto por sus congéneres. Divisé un asiento libre y corrí para llegar hasta él antes que la persona que había al otro lado del pasillo y que también le había echado el ojo. En esa ocasión gané yo, me senté satisfecha de mi hazaña.
Al lado había una señora mayor que me miró y me sonrió, cosa extraña a esas horas en el tren, la saludé con la cabeza y acto seguido abrí mi libro para evitar conversaciones inoportunas, pero a la señora mi libro no le pareció suficiente impedimento y empezó a hablar, presuntamente conmigo:
- ¿Estás cansada, verdad?, claro, hoy en día todo va demasiado deprisa, nadie tiene tiempo de sentarse a conversar, ni tan siquiera tienen tiempo de mirar a la cara del de al lado –no pude evitar darme por aludida y sentirme un tanto maleducada así que cerré el libro.
- Sí, estoy muy cansada, trabajo muchas horas. Ya sabe el que algo quiere…–dije intentando sonreír a la pobre abuela.
- Ahí hija, en mis tiempos era fácil realizar tus sueños, había menos distracciones, si trabajabas duro y tenías claro el objetivo, triunfabas seguro. No teníamos el plato de comida asegurado así que arriesgarse era gratis. –tenía la voz serena y la mirada cálida.
- ¿Y cuál era su sueño? –pregunté con sincero interés.
- Bailar. Bailaba como los ángeles desde bien pequeña. Mi madre cantaba muy bien y en casa nunca faltaba música sin necesidad de tocadiscos. Yo bailaba y mama cantaba. Eso ayudaba a engañar al hambre. Algunas veces nos acercábamos a la plaza del pueblo y montábamos un pequeño espectáculo, conseguíamos algunas monedas y eso nos daba para comer algunos días. –la mujer sonreía, parecía rememorar esos momentos con dulce nostalgia.
- Debieron ser momentos duros –eso de pasar hambre por mucho que lo amenizaras con cante y baile no me parecía a mí una situación para recordar con alegría.
- No, al contrario fueron momentos muy felices, recuerdo a mi madre con su falda de los domingos, sentada en el taburete de madera que le hizo mi padre, con su larga melena suelta, su olor a lavanda y su voz, esa voz que me mecía. –cerró los ojos y empezó a mecerse abrazándose al mismo tiempo.
- ¿Pudo cumplir su sueño? ¿Triunfó bailando?
- Si
- ¿Actuó en grandes teatros y cosas así?
- Bailo cada domingo para mi marido, mis cinco hijos y mis ocho nietos, también lo hago para mis amigos en ocasiones especiales. Me aplauden, me abrazan, no faltan ni un domingo. Es un momento muy especial para todos.
- ¡Ah bueno! –exclamé casi sin darme cuenta.
- ¿Decepcionada?
- A decir verdad, un poco. Esperaba que hubiera sido usted una gran bailarina, que hubiera conocido a personas importantes, que hubiera alternado con apuestos caballeros y que hubiera ganado dinero a espuertas.
- Soy una gran bailarina porque bailo desde el corazón, he conocido a las únicas personas realmente importantes, mi familia y mis amigos, y he alternado con mi marido que ha sido siempre un apuesto caballero. En cuanto al dinero, nunca ha sido mi prioridad. ¿Quizá el problema está en tu percepción del éxito?
- Bueno, no sé a qué se refiere.
- Para mí el éxito es hacer feliz a los demás haciendo lo que me gusta, y lo he conseguido, así que puedo decir que he tenido éxito en la vida.
- Bueno, hoy en día el concepto de éxito es un poco distinto. La sociedad es muy competitiva –dije haciéndome la interesante aunque realmente no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
- Jaja, los jóvenes siempre acabáis echándole la culpa a la sociedad, la cultura o la tele. El éxito no es algo social es algo personal, íntimo. Cada cual debe encontrar su éxito. No existe la sociedad, la sociedad no es más que la suma de muchos individuos. Si cada uno se compromete con encontrar su felicidad, la sociedad dejará de ser un elemento opresor y se convertirá en la red de seguridad que nos evite desfallecer en nuestra búsqueda.
La verdad es que costaba contradecirla. Mi vida era cada vez más gris, me pasaba 10 horas en el despacho, llegaba a casa de mal humor, le daba un beso a mi marido por costumbre más que por ganas, cenábamos sin apenas cruzar palabra y me acurrucaba en el sofá a ver la tele esperando que los días pasaran lo más rápido posible. Hacía tiempo que no me planteaba que es lo que realmente me hacía feliz.
- Por cierto, ¿Tú tienes algún sueño? Bueno seguro que lo tienes ¿Cuál es tu sueño? –preguntó dirigiéndome una sonrisa.
- ¡Escribir!
- Pues escribe con el corazón, el éxito está garantizado.
Sonia Sánchez

Mirando al mundo

El mundo es una auténtica mierda.
Todo es gris, el cielo, las calles, la gente, los árboles del parque, los pájaros. Y este olor, está por todas partes, la ciudad apesta. Las fachadas de los edificios están sucias, los coches circulan expulsando un irrespirable humo gris, la gente deambula por las calles, sus caras están difuminadas, borrosas.
Subo al autobús para ir a casa, le pido el billete al conductor, no puedo evitar fijar la vista en lamparones de su uniforme. El autobús está lleno de pequeñas manchas en los cristales, en el suelo, en los asientos, en la barra, estiro la manga de mi jersey para agarrarme… la gente apesta, es el mismo olor que envuelve la ciudad.
Llego a casa y busco a mamá. El olor de mamá siempre me reconforta. La encuentro en el jardín, al verme sonríe.
- Hola cariño ¿qué tal el día? – viene hacia mí, necesito que me abrace, que su olor anule este apestoso olor que me acompaña y que el brillo de su mirada borre el sucio gris de la ciudad.
- Mamá, el mundo es una mierda. Todo es gris, sucio. Y apesta, la ciudad apesta –me abraza, ya estoy a salvo, mamá lo arreglará.
- Hijo, siempre te he dicho que el mundo es un reflejo de nosotros mismos. Es un espejo, sólo te devolverá tu imagen. –me acaricia el pelo.
- Mamá, ¿estás diciendo que soy sucio y apestoso?
- Cielo, límpiate las gafas y cámbiate de zapatillas. El mundo te lo agradecerá.

Sonia Sánchez Ortiz

En la consulta

- No sé para que hemos venido, yo me encuentro perfectamente.
- Vamos, entra, llevas una temporada un poco rara, mejor será que te miren. –dijo Boni mientras empujaba a Raquel hacia la sala de espera.
- Bah que chorrada, no sé por qué dices eso.
- Sabes que desde que murió Harry, no quieres salir de casa, apenas te relacionas -Boni miró a Raquel de reojo, sabía que recordarle a su peludo y muerto perro la haría claudicar.
- Echo de menos a Harry, eso es todo. Además, me relaciono contigo.
- Harry era un buen perro, pero era un perro al fin y al cabo. Tienes que relacionarte con gente, con hombres sobre todo, un poquito de mambo y se te curan todas las penas.
- No me gustan nada los médicos –Raquel intentó cambiar de tema, hablar de hombres la ponía un poco nerviosa.
- A nadie le gustan, anda, sentémonos ahí que hay dos sitios.
- ¿Por qué no decoran estos sitios de una forma más alegre? –Raquel miraba las asépticas paredes de la sala de la que colgaban posters informando de diversas campañas preventivas que te hacían recordar la cantidad de enfermedades que se pueden pillar en la sala de espera de un ambulatorio.
- Bueno es que si te animas antes de entrar igual te curas y se quedarían sin trabajo -Boni rio, y Raquel sonrió.
- Ay Bonifacia, ¿Qué haría yo sin ti? –estiró la mano para alcanzar la de Boni.
- ¡No me llames Bonifacia! –levantó la voz y apartó la mano bruscamente –odio ese nombre.
- Pues a mí me gusta, cuando era pequeña había unos dibujos que me encantaban en los que salía una niña monísima que se llamaba Bonifacia, era muy lista, siempre resolvía los misterios.
- Si ya recuerdo esos dibujos, una niña moníiiiisima –dijo Boni irónicamente.
- Creo que deberíamos callarnos, la gente nos mira –la gente de la sala que las miraba con mala cara.
- Si, es verdad, mira aquel que cara, parece que esté estreñido –Boni miró al hombrecillo gris, con cara pálida y ojerosa, que no paraba de mirarlas y menear la cabeza de un lado a otro– Ábrete un poquito el escote a ver si le suben un poco los colores que el pobre parece un difunto.
- Sshhh, calla.
- Y aquella señora, parece que se haya tragado el palo de la escoba –Boni intentó imitar la postura tiesa de la señora que se sentaba justo enfrente de ella.
- Boni, por favor, cállate, no me hagas pasar vergüenza –Mascullo Raquel.
- Vale, vale, ya me callo. Voy a coger una revista –se levantó y en ese momento llegó una chica y ocupó su asiento.
- Perdone –dijo Raquel dirigiendo hacia la chica que se acababa de sentar a su lado –aquí está mi amiga.
- Pues a mí me parece que el asiento está libre –La voz de la chica era casi tan repelente como su cara.
- Tranquila Raquel, que la gente está un pelín irritada hoy. Esta debe venir mal follada de casa .
- ¿Señorita Raquel García? –Una enfermera asomó la cabeza desde la consulta de la Doctora.
- Si aquí –Se apresuró a responder Raquel, a la vez que recogía su bolso y su chaqueta.
- Buenas tardes, hacía tiempo que no venías por aquí –La doctora la recibió de pie y extendiéndole la mano.
- Si, hacía un tiempo.
- Cierra la puerta y toma asiento, por favor.
- Si un momento que vengo con una amiga –Raquel se asomó a la puerta y llamó a Boni que se había quedado rezagada. –Vamos Boni que hay mucha gente esperando.
- Ya voy, ya voy. Hola! –Boni saludó a la doctora que no levantó la cabeza del historial de Raquel.
- Bueno doctora, yo realmente me encuentro bien, pero Boni ha insistido en que viniera. Harry, mi perro murió y he estado un poco triste, no tengo muchas ganas de salir de casa, nada grave.
- Ya veo –la doctora miró a Raquel con cara de preocupación -me alegro de que te animaras a venir. Te sentirías muy sola cuando murió Harry, supongo.
- Si, fue muy duro. –Una lágrima escapó de sus ojos pese a sus esfuerzos por contenerla.
- Todos necesitamos amigos y cuando los perdemos nuestro mundo se tambalea, ¿verdad? –La doctora recorrió cariñosamente la cara de Raquel secándole la lágrima furtiva.
- Cierto.
- Toma estas pastillas que te relajaran un poco y pide hora para el psiquiatra lo antes posible, yo le pasaré tu historial.
- Bueno, creo que con las pastillas es suficiente. No pienso volver al psiquiatra. Boni me ayudará a superar esto.
- Raquel, Boni no puede ayudarte.
- Si, doctora ella me ha estado apoyando y me ha animado mucho. Díselo tú Boni.
- Raquel, en esta habitación sólo estamos tú y yo.